El enigma de la 'presa' inglesa

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"El Rey ha sido informado que en una presa hecha a los ingleses por los franceses se hallan diseños, pinturas y otros efectos de los más célebres profesores, pertenecientes a las nobles artes, que habrían sacado de Italia para Inglaterra, los 'quales' existen actualmente en la ciudad de Málaga, en poder de una Compañía de Comerciantes"...

La Real Orden lleva fecha del 9 de julio de 1783, cuando Carlos III se interesa en persona por los 'tesoros' del barco británico Westmorland, interceptado en 1779 por la marina francesa como 'presa de guerra'. Un largo centenar de 'tesoros' artísticos fueron incautados y vendidos en altamar junto a una suculenta carga de queso parmesano, anchoas en conserva y aceite oliva (también iban a bordo las reliquias de San Clemente, pero eso no se sabría hasta tiempo después).

Los productos perecederos no tardaron en alimentar los estómagos de la época. Pero el auténtico botín de guerra -incluido un cuadro de Mengs, las láminas de Pianesi y las acuarelas de John Robert Cozens- se quedó durante un tiempo en un almacén de la Compañía de Lonjistas y en cajas embaladas con las siglas 'PY' ('Presa Ynglesa').

Por primera vez desde entonces, la codiciada carga del Westmorland -que cubría el trayecto entre Livorno y Londres- toca ahora puerto cerca de su lugar original de destino. El Museo Ashmolean de Oxford acoge desde esta semana la exposición 'The English Prize', que viaja a los enigmas de esta odisea de corsarios, 'dealers', detective y nobles que nos toca muy de cerca.

"¡Hemos pescado un tiburón!", fueron las palabras con las que José María Luzón, ex director del Museo del Prado, miembro de la Real Academia de Bellas Artes y experto en navegación en el Egeo y el Mediterráneo, celebró en su día la segunda 'botadura' del Westmorland. La anécdota la cuenta la investigadora María Dolores Sánchez-Jáuregui, a quien ha contagiado su pasión por seguir hasta la última pista del codiciado barco.

"Estamos no sólo ante la mayor 'presa' de guerra de la época", sostiene Luzón, "sino ante la foto fija de un año en la historia de Gran Bretaña, 1777, de ahí el enorme interés que esta investigación que arrancó en España ha empezado a tener por estas tierras. En la bodega del Westmorland viajaban no sólo las obras y las antiguedades adquiridas por un puñado de nobles británicos, sino los detalles, diarios y anotaciones de toda su travesía por Francia e Italia, lo que entonces se llamaba el Grand Tour, y que fue la gran escuela de vida para la elite política de este país".

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El embrujo del Westmorland acabó capturando a María Dolores Sánchez-Jáuregui, que montó la primera exposición en España hace una década, con los fondos del Museo de Bellas Artes de San Fernando y que ha seguido tirando incansablemente de las amarras del barco, con la ayuda ahora de Brian Allen, del Paul Melon Centre, y Amy Meyers, del Yale Center for British Art.

"El interés que ha despertado en el mundo académico es muy grande y la recepción en este país ha sido muy positiva", reconoce Sánchez-Jáuregui, capaz de pasar horas recreando la procedencia, el destino original y el destino "accidental" de cada pieza del catálogo del Westmorland, desde la chimenea que acabó decorando el Palacio Real a 'La liberación de Andrómeda' de Anton Raphael Mengs que terminó en el Ermitage, o los retratos de Francis Basset (barón de Dunstanville) y de George Legge (vizconde de Lewisham) firmados por Pompeo Batoni y que colgaron en el Museo del Prado.

La investigadora ha rastreado también los reiterados esfuerzos de John Hendernson y de otros nobles británicos por intentar recuperar las piezas incautadas por los franceses durante las hostilidades por la guerra de Independencia Americana y que acabaron de rebote en España, potencia 'neutral'...

"La idea de los marchantes españoles era seguramente esperar a que acabara la guerra para revender las posesiones a sus propietarios originales", asegura José María Luzón. "Muchas de las obras tienen un valor sentimental para los nobles británico, otras no son más que copias, como las esculturas o las urnas romanas, que pudieron sin embargo ser un interés para las comerciantes de arte de la época. La intervención de Carlos III y la donación a la Real Academia marcan sin embargo el destino final de la carga del barco".

"Las partes española, inglesa e italiana de la investigación están ya muy anvanzadas, pero aún nos queda por explorar la parte francesa", recalca el profesor Luzón a su paso por Oxford. "Hemos logrado reconstruir cómo se produjo la venta de la carga a bordo del Catón, que fue el barco francés que interceptó al Westmorland, pero estoy seguro de que puede haber documentos en el Almirantazgo Francés que pueden revelarnos aún más sorpresas".

La última carambola ha sido precisamente la de las reliquias de San Clemente, la única pieza que viajaba en el barco que irónicamente acabó en Gran Bretaña (en la capilla de Todos los Santos de Wardour) en 1789. "Las reliquias viajaban en un cajón dentro de un bloque de mármol", recuerda el profesor Luzón. "Habíamos llegado a encontrar incluso una carta en los archivos de la Compañía de Jesés, explicando cómo se abría el compartimento secreto".

Fuentes: El Mundo.es

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