Los misterios que dejó Solís

¿Hizo viajes secretos? ¿Había sido pirata? ¿Quiénes lo mataron? Una historia que cumple 500 años.

Una antigua ilustración recrea el momento de la muerte de Solís.
Río de la Plata - Juan Díaz de Solís - 500 años de la llegada de Solís

Varias generaciones de uruguayos protagonizaron esta escena. El niño pasa al frente de la clase y recita ante la maestra: "Solís descubrió el Río de la Plata en 1516. Al probar sus aguas lo llamó Mar Dulce. Cuando desembarcó, lo mataron los indios a flechazos". Así de breve y sangriento es el capítulo primero de la historia nacional en el imaginario colectivo.

Después llegaron otros exploradores, las luchas de españoles y portugueses, el período colonial, las invasiones inglesas y por fin Artigas. Juan Díaz de Solís tiene su lugar en las crónicas: nadie deja de conocerlo, pero pocos lo conocen de verdad.

Este febrero se cumplen 500 años de su viaje precursor y desafortunado. En la Parada 23 de la Mansa, en Punta del Este, se organizó hace algunos días una representación de su desembarco en la zona, vistiendo a actores de españoles e indígenas, acto que el antropólogo Daniel Vidart calificó de "fantochada" en su muro de Facebook.

Vida, llegada y muerte de Solís, sin embargo, permanecen en una nebulosa, entre la falta de información fidedigna y la abundancia de versiones estereotipadas. Y también por el sigilo que rodeaba a menudo aquellas expediciones europeas. ¿Quién era Solís? ¿Había realizado antes viajes secretos al Río de la Plata? ¿Dónde y cuándo desembarcó? ¿Quiénes lo mataron? ¿Y se lo comieron después?
¿Por qué viajó Solís?

Si en tiempos recientes se desataron guerras por el petróleo, lo que movilizaba a los gobiernos e inversores privados del siglo XVI eran los condimentos. La gente rica pagaba mucho por las especias, que provenían de las zonas tropicales de Asia y cuyo precio se había disparado después de la toma de Constantinopla por los otomanos en 1453. Pimienta de la India, nuez moscada y canela de Ceilán, clavo de las Molucas y jengibre de China eran el oro negro entonces. Las potencias marítimas de la época, España y Portugal, decidieron buscar nuevos caminos. Navegando hacia el Oeste, como sugirió Cristóbal Colón, se toparon con un continente desconocido y, antes de procurar riquezas allí, trataron de encontrar un pasaje que los llevara hacia la Especiería.

El espionaje tampoco es un invento moderno. Las coronas europeas vivían tratando de saber qué tramaban sus rivales, por lo cual muchas de las aventuras de exploración al Nuevo Mundo fueron realizadas en secreto o, al menos, se mantuvieron en reserva muchos de sus detalles. Por ello, algunos historiadores piensan que Solís había estado en el Río de la Plata antes de 1516, en uno e incluso dos viajes secretos, siempre buscando el pasaje a las Indias. Francisco Bauzá, en su Historia de la dominación española en el Uruguay, publicada por primera vez en 1880-1882, da por probada una visita secreta en 1512 con dos naves, una de las cuales naufragó. La historiografía reciente se inclina por considerar que hubo un solo viaje, el de 1515-1516.
¿Quién era Solís?

"Juan Díaz de Solís fue un personaje anodino", sostiene el investigador Juan Antonio Varese, que prepara un libro sobre el descubridor y su periplo. De los fragmentarios datos sobre su vida, se cree que nació en Lebrija, cerca de Sevilla, hacia 1470, aunque también pudo haber sido portugués.

"Por más que investigué y leí sobre su vida y la de sus compañeros, existen pocos datos que ayuden a dar una idea de su carácter, lo que me desesperó porque la base de una biografía es la compenetración con el carácter del personaje, entender su forma de ver y de sentir. De Solís se dicen pocas cosas, casi siempre repetidas y por todos sabidas. En cambio de otros personajes se tienen muchos datos. Por ejemplo, de Magallanes se sabe que era de carácter duro y cruel pero que tenía una voluntad de hierro; de Caboto (conocido como Gaboto), que era de pésimo humor y desmedida ambición y de Colón, que era tan soñador como persistente en sus proyectos", comenta Varese.

Sin embargo, debió ser un navegante importante en su tiempo, porque figuró entre los convocados por el rey Fernando el Católico para la Junta de Navegantes de Burgos en 1508, con la idea de contrarrestar la ventaja portuguesa en las exploraciones. El cronista Antonio de Herrera dijo de él que era "el mejor hombre de su tiempo en su arte".
¿Fue un pirata?

Solís estuvo al margen de la ley durante varias etapas de su vida. El historiador británico Hugh Thomas aseguró que habría mandado asesinar a su esposa en España y por eso se refugió en Portugal. También fue acusado de varios delitos a comienzos del siglo XVI, pero fue absuelto e indemnizado con 34.000 maravedíes.

"Debe haber tenido actividad corsaria en su juventud como la mayor parte de los marinos de su tiempo. En épocas en que la primogenitura era la norma, el hijo mayor heredaba el título y la fortuna, el segundo tenía que orientarse hacia las armas o el sacerdocio y los terceros en adelante (en tiempos de muchos hijos) debían volverse aventureros en las tierras o en los mares", explica Varese.

La Enciclopedia de El País, en 2011, daba un perfil más drástico del personaje, citando al periodista e historiador Lincoln Maiztegui Casas: "Una mirada un poco más cercana nos ofrece el perfil de un guerrero ambicioso y cruel, de un hombre que vivió gran parte de su encendida peripecia existencial al margen de la legalidad —y de todo límite moral— y, en definitiva, de un pirata de la peor ralea. Lo que no implica, desde luego, que no haya sido también un héroe, un navegante excepcional y un hombre de mentalidad superior, atraído por las grandes teorías de la ciencia de su tiempo".
¿Cómo fue su viaje?

Tampoco se conoce mucho sobre la expedición de Solís. El diario de viaje se perdió. Supuestamente, el único historiador que lo leyó fue el ya mencionado Antonio de Herrera y Tordesillas, un cronista español que vivió entre 1549 y 1626 y cuyo testimonio fue la base de muchos relatos posteriores.

"Es fundamental recurrir a los documentos originales, pero los historiadores latinoamericanos lo han buscado incansablemente desde fines del siglo XIX y no lo han encontrado", señala Varese.

La expedición estaba compuesta por tres carabelas, la mayor de 60 toneladas y las dos restantes de 30 toneladas cada una, con una tripulación total de 70 hombres. "Realmente muy poco apropiada y poco equipada. Es uno de los enigmas que estoy tratando de resolver. Fue financiada por el Rey, aunque ordenó que se dijera que era el propio Solís el que había conseguido la financiación para fletarla", comenta.
¿A dónde y qué día llegó?

Al perderse el libro de bitácora, todo es especulación. Algunos historiadores estimaron que desembarcó en Montevideo o en el arroyo Solís Grande, pero lo más probable es que haya sido en la bahía de Maldonado, "en algún punto entre IMarangatú y Las Delicias actuales", según Varese.

Para calcular la fecha, se tiene en cuenta que los exploradores utilizaban el santoral para denominar los lugares descubiertos. Como Solís lo llamó Puerto de Nuestra Señora de la Candelaria, tiene que haber sido el 2 de febrero o alguna jornada anterior, por la fiesta religiosa de ese día.

Después, las tres carabelas siguieron su viaje bordeando la costa del actual Uruguay en busca del ansiado pasaje. Solís llamó río de los Patos al Santa Lucía y después de probar las aguas del Plata, lo denominó Mar Dulce. Seguramente desembarcó frente a la isla de San Gabriel y luego en la que fue bautizada Martín García, en recuerdo al despensero de la expedición, allí enterrado tras fallecer en esos días.
¿Dónde lo mataron?

No hay referencia exacta del lugar donde cayó abatido por los indígenas. Se supone que fue en las inmediaciones de Punta Gorda, en el departamento de Colonia, o cerca del arroyo Las Vacas, en Carmelo.

La hipótesis de Daniel Vidart es diferente: el desembarco fatal pudo ser en la otra orilla, cerca del Delta del Paraná, porque ese rumbo era el lógico si buscaba la ruta a las Indias. En todo caso, fue el final de la búsqueda, porque muertos Solís y un puñado de sus colaboradores, su cuñado Francisco de Torres quedó al mando y decidió el regreso a España.
¿Quién lo mató?

Es la pregunta clave en las novelas de detectives. En el caso de Solís, incluso existe una teoría conspirativa: hubo un motín, destituyeron al jefe de la expedición, lo asesinaron y los rebeldes inventaron lo del ataque de los indígenas para ocultarlo. Maiztegui rechazaba esta versión, porque ninguno de los supuestos participantes se fue de boca después en España, como solía ocurrir en esos casos.

Los atacantes fueron indígenas, pero no habrían sido charrúas, como muchos antiguos historiadores sostuvieron, sino "indios guaranizados". Para Varese, el punto es central en su investigación.

Vidart, en su libro Cuando el Uruguay era solo un río (2013), repasó las antiguas teorías sobre el primer crimen recogido por las crónicas en estas tierras y reflejó la inquina de muchos historiadores hacia sus primitivos habitantes.

El italiano Pietro Martire DAnghiera, que españolizó su nombre a Pedro Mártir de Anglería, lanzó en el siglo XVI la tesis de la "traición" de los indígenas: "Estos, cual astutas zorras, parecía que le hacían señales de paz, pero en su interior se lisonjeaban de un buen convite y cuando vieron de lejos a los huéspedes comenzaron a relamerse cual rufianes".

En 1816, el deán Gregorio Funes —religioso y escritor cordobés— relataba así el episodio: "Embarcado en una carabela, (Solís) costeó a lo largo de su ribera septentrional y vino a ser en breve un objeto de sorpresa para la admiración de muchos bárbaros, que ocupaban aquella playa. No halagaba a Solís su vista, cuando las señales que daban de una acogida favorable, como si quisieran aplaudir su llegada, le alargaron las manos cargadas de presentes; y para afianzar más su confianza, tomaron el expediente de dejarlos y retirarse. Todo esto no era más que un insidioso artificio de la traición más execrable. Solís se entregó sin precaución en los brazos de una amistad aún no probada y dio a costa de su vida una lección, con que deben escarmentar los temerarios".

Funes atribuyó el hecho a los charrúas, tomando la versión del padre José Guevara (1766), que calificó a esta etnia como "nación pérfida y de intenciones reservadas", "grandes inventores de engaños y traiciones". Otro religioso historiador, el padre Lozano, se limita a decir que "faltaron los bárbaros a las leyes del hospedaje".
¿Se lo comieron?

La parte más truculenta del relato, que incluso despertó la imaginación de antiguos ilustradores europeos, señala que Solís y sus hombres fueron devorados por los indígenas. El padre Charlevoix, un jesuita francés del siglo XVIII, escribió que los agresores hicieron un asado con los restos de los españoles. Sin embargo, el padre Guevara comentó que "se los comieron crudos". Hay versiones que aseguran que los españoles que quedaron en las carabelas vieron la terrible escena y atacaron a los indígenas a cañonazos, pero sus balas no alcanzaron la orilla. Vidart se pregunta entonces cómo pudieron divisar el canibalismo desde una distancia mayor a la de las balas.

Los charrúas quedan descartados de este crimen porque no se les conoció prácticas de antropofagia. Los guaraníes tenían un ritual por el cual comían trozos de los cuerpos de los jefes enemigos vencidos. "Según mi manera de entender y analizar los documentos, Solís fue matado por los indígenas en una emboscada pero no fue comido por ellos. Hasta es posible que lo hayan descuartizado, pero de ahí a practicar la antropofagia hay un gran paso", estima Varese.

Diga lo que diga el escolar frente a su maestra, es cierto que Solís quedó allí, en una playa de aguas dulces. Y que su muerte no detuvo la llegada de otros españoles de cruz y armadura, que pusieron en marcha la historia escrita de esta tierra.
El florentino Américo Vespucio llegó primero al "río Jordán".

Más allá de las incertidumbres sobre la vida de Juan Díaz de Solís, está claro que no fue el primer europeo en llegar al Río de la Plata. Se le anticipó, en enero de 1502, el comerciante florentino Américo Vespucio, cuya fama terminó dando nombre al nuevo continente. Incluso dio nombre al río ancho por el cual se aventuró: río Jordán.

Muchos detalles de aquella expedición quedaron en reserva, pero hay quienes piensan que Vespucio —en un viaje encomendado por la corona portuguesa— llegó tan al sur del Atlántico como las islas Malvinas.

También una expedición portuguesa, partida en 1511 desde Lisboa al mando de Esteban Froes y Juan de Lisboa, habría llegado al Rio de la Plata en enero de 1512, aunque hay autores que sitúan el episodio en 1513 o 1514.

"Lo importante es que debemos considerar a Solís, no el primero en llegar, sino el descubridor oficial del Río de la Plata, es decir el primero que lo hizo en forma oficial y pública, tomando posesión para la Corona de Castilla y en nombre de Fernando el Católico", comenta Juan Antonio Varese.

¿Y por qué río Jordán? El investigador Rafael García Mata escribió en el diario argentino La Nación que dos mapas realizados en Lisboa en 1502 muestran, junto al dibujo de un golfo, bahía o gran estuario, la denominación río "Iordan" o "Iordam". El autor interpreta que los cartógrafos pudieron entender mal el nombre que los indígenas daban a ese río, que podía ser "río de aos" o "río dos aos". El topónimo río Jordán fue mantenido durante casi 50 años por los cartógrafos europeos. También lo llamaron Río de Solís, en homenaje a su infortunado descubridor oficial, pero pronto la idea de que representaba la puerta de entrada hacia la mítica Sierra de la Plata llevó a que recibiera su nombre definitivo.
¿Traición indígena o defensa propia?

Si los historiadores antiguos hablan de "ataque a traición" de los anfitriones a Solís, otros estudios prefieren ser más cautos e imparciales: es posible que los indígenas hayan reaccionado ante el intento de los exploradores de capturar algunos de los suyos para llevarlos a España como testimonio del descubrimiento o simplemente como esclavos.

"¿Hubo de parte de Solís o los suyos provocación que justificase la actitud subsiguiente de los indígenas?", se preguntó Francisco Bauzá. "No existen datos sobre ello, aun cuando sea presumible, atentas las repetidas pruebas suministradas por su conducta posterior, que esta vez, cual todas, los indígenas se preparaban a vengar un agravio recibido", respondió en su obra, publicada a fines del siglo XIX.

En su libro Cuando el Uruguay era solo un río, de 2013, Daniel Vidart escribió: "Los indígenas de nuestras costas que contemplaron a Solís y los suyos quizá escarmentaron por anteriores encuentros-desencuentros con los monstruos defendidos por morriones y petos de brillante metal que venían del mar, sin duda que atribuyeron a los recién llegados los defectos y lacras propias del extraño, ese genio maléfico con forma humana enviado por las potestades del desorden y la desmesura. Y reaccionaron del único modo posible: atacándolos y dándoles muerte".

El antropólogo sostiene que alrededor de Solís existe "una saga de malentendidos, de fantasías, de chivos emisarios, de fracasos trasmutados en gloriosos sacrificios fundacionales".

"El descenso de Solís no era tan inocente, en mi opinión", asegura Juan Antonio Varese. "Yo creo que trataron de atrapar algunos indígenas para llevarlos a bordo, cumpliendo órdenes, y esto debe haber provocado la ira de los indígenas, que los vieron como enemigos y los atacaron. Esta es mi teoría, que tengo que seguir profundizando y por eso el libro se ha demorado", agrega.
UN JOVEN GRUMETE.
Escapó al ataque indígena.

El ataque de los indígenas a Solís y su grupo dejó un sobreviviente. Francisco del Puerto, grumete de la expedición y supuestamente muy joven en aquel 1516, formó parte del grupo que descendió en la costa de Colonia. "Fue el único que sobrevivió a la emboscada, tal vez perdonada la vida por su corta edad. La hipótesis de que la hija de algún cacique haya intercedido por su vida para tener un romance daría buen pie a una novela. Bromas aparte, Francisco quedó viviendo con los indios. Y volvió a aparecer 11 años después, cuando llegó la expedición de Sebastián Caboto", comenta Juan Antonio Varese.

Del Puerto contó a sus compatriotas la existencia de oro y plata en el interior del continente, al cual se llegaba remontando un gran río hasta un afluente que los indígenas llamaban Carcarañá.

Después, el antiguo grumete acompañó la expedición de Caboto como intérprete, pero también habría colaborado en un ataque sorpresivo de los indígenas. Las crónicas españolas no lo mencionan más: nada se sabe de su suerte posterior.


Fuentes: ELPAIS.COM

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