El Misterio de la estirpe de los Hohenstauffen (Hemeroteca 16 marzo 1901)
mayo 24, 2011
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A principios del mes de febrero del año 1901, muerto en su cama el príncipe alemán Carlos Guillermo de Holstein-Honenstauffen, descendiente de dos de las más ilustres familias de la Germanía.
Tres días antes de morir el príncipe, se encontraba éste en su palacio, cenando en compañía de su esposa, de su hijo y de cinco ó seis personan más, parientes ó amigos. Garlos Guillermo, joven todavía, robusto y gozando de magnífica salud, parecía estar aquella noche alegre y decidor como pocas veces se le había visto. De pronto se le vio palidecer horriblemente y quedar silencioso, con los ojos dilatados como por una impresión dé terror, mirando fijamente hacia una de las puertas de la suntuosa estancia.
Creyéndole súbitamente indispuesto, los circunstantes le rodearon solícitos y preguntárosle qué tenía. Tras algunos momentos, el semblante del príncipe se fue serenando. Luego, con voz entera, dijo:
—Amigos míos, no hay que rebelarse contra la voluntad de la Providencia: mis días están contados. Acabo de ver muy distintamente a nuestro espectro familiar y sé, por lo tanto, que dentro de poco, antes de que concluya esta semana, habré dejado de existir. Debo, pues, reconciliarme CGQ Dios, tomar mis disposiciones y aguardar tranquilo y resignado el término de mi vida.
La princesa, su hijo y los demás parientes, desconsolados al escuchar estas palabras, no trataron tan sólo de combatir aquella tétrica idea, ni de convencerle de que había sido el príncipe víctima de una alucinación pasajera. Todos sabían, todos creían firmemente, como se cree en un dogma irrecusable, que desde tiempo inmemorial los jefes de la noble familia y sus primogénitos reciben directamente aviso de la muerte que les amaga tres días antes del término fatal. El espectro de la familia se les aparece repentinamente visible sólo para el interesado, hace un gesto mira con fijeza... y no marra el fenómeno: a las setenta y "dos horas, una más, una menos, hay un Holstein-Hohenstaufíer de cuerpo presente.
Poco importa para el caso que el representante de la ilustre casa esté enfermo de gravedad ó disfrutando de cabal salud: no hay ejemplo desde hace muchos ¡siglos de que cuando un jefe o heredero de tan noble
casa ha dicho «acabo de ver el Espectro», haya dejado de venir la señora Parca. El origen de este requerimiento data," a lo que he leído, de mediados del siglo XII.
En aquella época un Hohenstauffer, el barón Wolfang II, guerrero valeroso, de genio indómito é irascible, supo, al volver de una de sus campañas, que su hermana Elisabeth andaba locamente enamorada de cierto joven trovador, hermoso como un Apolo, y que cantaba como un ángel, pero en cuyas venas no corría ni una sola gota de sangre noble. No podía, naturalmente, el magnate tolerar amores tan desiguales, y a las sentidas súplicas de Elisabeth contestó haciéndola encerrar en una de las torres de su castillo. Pero el trovador halló medio de ponerse en comunicación con su amada, y una noche consiguieron forzar las rejas tras las cuales suspiraba la bella y llevarse a ésta.
Advertido a tiempo el barón, les dio alcance, y para convencer al mancebo de cuán peligroso era el poner demasiado alto los ojos, le abrió la cabeza de un formidable mandoble, como sabía darlos cuando llegaba el caso, el tremendo paladín. Cayó el infeliz trovador sin vida, y la enamorada doncella se sintió tan afectada por aquel sangriento desenlace de sus amores, que a poco murió también, maldiciendo al autor de sus desdichas y prometiéndole que no tardaría en dejarse ver.
«Y cuando me veas—añadió—prepárate a rendir cuentas a Dios, pues la muerte andará muy cerca».
Efectivamente, un año después el barón se hallaba en la caza persiguiendo á una cierva, cuando en el momento que iba a dar alcance al animal, vio con extraordinario asombro, mezclado de terror, que éste se evaporaba, por decirlo así, y que en su lugar aparecía un fantasma, en cuyas acongojadas facciones reconoció las de su difunta hermana. Wolfang de Hohenstauffen, convencido de que había llegado su última hora, hizo llamar á su capellán, se puso en regla con la Iglesia, arregló sus asuntos terrenales y aguardó arrepentido y tranquilo la hora suprema, que sonó para el á los tres días exactos y cabales. Desde entonces el Espectro no ha faltado una sola vez al compromiso que se impuso. La precaria extirpe de los Hohenstauffen na pasado por mil vicisitudes, por períodos de grandeza y decadencia; ha entroncado con diferentes familias de ilustre abolengo; pero siempre los descendientes directos del barón Wolfang han visto aparecer el Espectro en el momento crítico. Ninguno de ellos pudo jamás quejarse de que la muerta le viniera encima sin previo aviso.
Uno de ellos, el príncipe Ricardo de Hostein-Hohenstauffen, el primero que en virtud de una regia alianza anticipó el apellido de Hostein al de su línea propia, era coronel de los ejércitos cuando La Guerra
de los Treinta años. Hacía pocos meses que había entrado en campaña, cuando una noche, al inspeccionar su campamento, vio a escasa distancia una sombra vestida de blanco que le hacía un gesto de despedida.
Soy hombre muerto, dijo al oficial que le acompañaba; me matarán en la próxima batalla.
Al siguiente día se trabó un combate encarnizado. El príncipe Ricardo, que desplegara en la acción un valor extraordinario, salió ileso y durmió en el campamento tomado al enemigo. Al otro día, hubo un nuevo zafarrancho. Los contrarios intentaron recobrar sus posiciones pero sin conseguirlo, y el magnate que también se había batido con gran bravura no recibió ni un rasguño. Entonces su jefe, el principe de Reass, a quien refiriese lo de la aparición le dijo: Ya veis, amigo mío como vuestros recelos eran infundados: la pelea ha sido ruda durante estos dos días y aunque os hayáis expuesto con temeraria intrepidez no os ha tocado ni una bala.
Ahora el enemigo está lejos, tardaremos algunos días antes que volvamos a entrar en fuego y por el momento no puede amenazaros ningún peligro.»— El de Hoisteh meneó la cabeza y repuso: «creedme: mañana a estas horas habré dejado de existir. » Y así fue: a la siguiente noche, entre una cuadrilla de merodeadores enemigos; que se habían quedado rezagados y las avanzadas del ejército se cruzaron algunos disparos; y una bala extraviada dio en el corazón de Ricardo Roistein dejándole sin vida.
Como era soltero y sin descendencia, le sucedió en la jefatura de la familia, su hermano Otto, el cual casado por dos veces no conseguía, con harto dolor de su alma, tener hijos a quienes transmitir su nombre y su herencia. Viudo en segundas nupcias, contrajo a los sesenta años enlace con una, joven señorita de alta nobleza y escasa fortuna. Al año de casado vio realizadas el príncipe sus legítimas ambiciones.
Dio a luz su tercera esposa un hijo varón, que fue bautizado con gran pompa en la capilla de palacio. Concluida la ceremonia y cuando se disponía la comitiva á sentarse a la mesa del opíparo banquete dispuesto, el venturoso padre lanzó una exclamación... Acababa de ver en un rincón de la capilla al Espectro familiar. "Y Otto de Hoístein Hohenstauffen murió al tercer día, después de una breve agonía y muy satisfecho seguramente de dejar un heredero masculino. No es la noble familia citada la única que goza del envidiable privilegio de contar con un fantasma que les anuncia la proximidad de la muerte.
Hay también otras familias en Alemania e Inglaterra en Escocia y en Hungría poseedoras vamos al vamos al decir, de espectros análogos. Y he oído hablar de cierto carbonero de
Barcelona, cuya estirpe, según él asegura, goza de la misma Inapreciable ventaja. Lo que no sé es si ese espectro se aparece con la cara sucia o si toma la precaución de lavársela antes de hacer acto de presencia.
JUAN BUSCÓN.
Fuentes: Hemeroteca del periodico La Vanguardia 16 marzo 1901
Tres días antes de morir el príncipe, se encontraba éste en su palacio, cenando en compañía de su esposa, de su hijo y de cinco ó seis personan más, parientes ó amigos. Garlos Guillermo, joven todavía, robusto y gozando de magnífica salud, parecía estar aquella noche alegre y decidor como pocas veces se le había visto. De pronto se le vio palidecer horriblemente y quedar silencioso, con los ojos dilatados como por una impresión dé terror, mirando fijamente hacia una de las puertas de la suntuosa estancia.
Creyéndole súbitamente indispuesto, los circunstantes le rodearon solícitos y preguntárosle qué tenía. Tras algunos momentos, el semblante del príncipe se fue serenando. Luego, con voz entera, dijo:
—Amigos míos, no hay que rebelarse contra la voluntad de la Providencia: mis días están contados. Acabo de ver muy distintamente a nuestro espectro familiar y sé, por lo tanto, que dentro de poco, antes de que concluya esta semana, habré dejado de existir. Debo, pues, reconciliarme CGQ Dios, tomar mis disposiciones y aguardar tranquilo y resignado el término de mi vida.
La princesa, su hijo y los demás parientes, desconsolados al escuchar estas palabras, no trataron tan sólo de combatir aquella tétrica idea, ni de convencerle de que había sido el príncipe víctima de una alucinación pasajera. Todos sabían, todos creían firmemente, como se cree en un dogma irrecusable, que desde tiempo inmemorial los jefes de la noble familia y sus primogénitos reciben directamente aviso de la muerte que les amaga tres días antes del término fatal. El espectro de la familia se les aparece repentinamente visible sólo para el interesado, hace un gesto mira con fijeza... y no marra el fenómeno: a las setenta y "dos horas, una más, una menos, hay un Holstein-Hohenstaufíer de cuerpo presente.
Poco importa para el caso que el representante de la ilustre casa esté enfermo de gravedad ó disfrutando de cabal salud: no hay ejemplo desde hace muchos ¡siglos de que cuando un jefe o heredero de tan noble
casa ha dicho «acabo de ver el Espectro», haya dejado de venir la señora Parca. El origen de este requerimiento data," a lo que he leído, de mediados del siglo XII.
En aquella época un Hohenstauffer, el barón Wolfang II, guerrero valeroso, de genio indómito é irascible, supo, al volver de una de sus campañas, que su hermana Elisabeth andaba locamente enamorada de cierto joven trovador, hermoso como un Apolo, y que cantaba como un ángel, pero en cuyas venas no corría ni una sola gota de sangre noble. No podía, naturalmente, el magnate tolerar amores tan desiguales, y a las sentidas súplicas de Elisabeth contestó haciéndola encerrar en una de las torres de su castillo. Pero el trovador halló medio de ponerse en comunicación con su amada, y una noche consiguieron forzar las rejas tras las cuales suspiraba la bella y llevarse a ésta.
Advertido a tiempo el barón, les dio alcance, y para convencer al mancebo de cuán peligroso era el poner demasiado alto los ojos, le abrió la cabeza de un formidable mandoble, como sabía darlos cuando llegaba el caso, el tremendo paladín. Cayó el infeliz trovador sin vida, y la enamorada doncella se sintió tan afectada por aquel sangriento desenlace de sus amores, que a poco murió también, maldiciendo al autor de sus desdichas y prometiéndole que no tardaría en dejarse ver.
«Y cuando me veas—añadió—prepárate a rendir cuentas a Dios, pues la muerte andará muy cerca».
Efectivamente, un año después el barón se hallaba en la caza persiguiendo á una cierva, cuando en el momento que iba a dar alcance al animal, vio con extraordinario asombro, mezclado de terror, que éste se evaporaba, por decirlo así, y que en su lugar aparecía un fantasma, en cuyas acongojadas facciones reconoció las de su difunta hermana. Wolfang de Hohenstauffen, convencido de que había llegado su última hora, hizo llamar á su capellán, se puso en regla con la Iglesia, arregló sus asuntos terrenales y aguardó arrepentido y tranquilo la hora suprema, que sonó para el á los tres días exactos y cabales. Desde entonces el Espectro no ha faltado una sola vez al compromiso que se impuso. La precaria extirpe de los Hohenstauffen na pasado por mil vicisitudes, por períodos de grandeza y decadencia; ha entroncado con diferentes familias de ilustre abolengo; pero siempre los descendientes directos del barón Wolfang han visto aparecer el Espectro en el momento crítico. Ninguno de ellos pudo jamás quejarse de que la muerta le viniera encima sin previo aviso.
Uno de ellos, el príncipe Ricardo de Hostein-Hohenstauffen, el primero que en virtud de una regia alianza anticipó el apellido de Hostein al de su línea propia, era coronel de los ejércitos cuando La Guerra
de los Treinta años. Hacía pocos meses que había entrado en campaña, cuando una noche, al inspeccionar su campamento, vio a escasa distancia una sombra vestida de blanco que le hacía un gesto de despedida.
Soy hombre muerto, dijo al oficial que le acompañaba; me matarán en la próxima batalla.
Al siguiente día se trabó un combate encarnizado. El príncipe Ricardo, que desplegara en la acción un valor extraordinario, salió ileso y durmió en el campamento tomado al enemigo. Al otro día, hubo un nuevo zafarrancho. Los contrarios intentaron recobrar sus posiciones pero sin conseguirlo, y el magnate que también se había batido con gran bravura no recibió ni un rasguño. Entonces su jefe, el principe de Reass, a quien refiriese lo de la aparición le dijo: Ya veis, amigo mío como vuestros recelos eran infundados: la pelea ha sido ruda durante estos dos días y aunque os hayáis expuesto con temeraria intrepidez no os ha tocado ni una bala.
Ahora el enemigo está lejos, tardaremos algunos días antes que volvamos a entrar en fuego y por el momento no puede amenazaros ningún peligro.»— El de Hoisteh meneó la cabeza y repuso: «creedme: mañana a estas horas habré dejado de existir. » Y así fue: a la siguiente noche, entre una cuadrilla de merodeadores enemigos; que se habían quedado rezagados y las avanzadas del ejército se cruzaron algunos disparos; y una bala extraviada dio en el corazón de Ricardo Roistein dejándole sin vida.
Como era soltero y sin descendencia, le sucedió en la jefatura de la familia, su hermano Otto, el cual casado por dos veces no conseguía, con harto dolor de su alma, tener hijos a quienes transmitir su nombre y su herencia. Viudo en segundas nupcias, contrajo a los sesenta años enlace con una, joven señorita de alta nobleza y escasa fortuna. Al año de casado vio realizadas el príncipe sus legítimas ambiciones.
Dio a luz su tercera esposa un hijo varón, que fue bautizado con gran pompa en la capilla de palacio. Concluida la ceremonia y cuando se disponía la comitiva á sentarse a la mesa del opíparo banquete dispuesto, el venturoso padre lanzó una exclamación... Acababa de ver en un rincón de la capilla al Espectro familiar. "Y Otto de Hoístein Hohenstauffen murió al tercer día, después de una breve agonía y muy satisfecho seguramente de dejar un heredero masculino. No es la noble familia citada la única que goza del envidiable privilegio de contar con un fantasma que les anuncia la proximidad de la muerte.
Hay también otras familias en Alemania e Inglaterra en Escocia y en Hungría poseedoras vamos al vamos al decir, de espectros análogos. Y he oído hablar de cierto carbonero de
Barcelona, cuya estirpe, según él asegura, goza de la misma Inapreciable ventaja. Lo que no sé es si ese espectro se aparece con la cara sucia o si toma la precaución de lavársela antes de hacer acto de presencia.
JUAN BUSCÓN.
Fuentes: Hemeroteca del periodico La Vanguardia 16 marzo 1901
Curioso por decir menos , entendible ahora el por que de la creacion del Fantasma de Canterburry y el Sabueso de los Basquerbil , toda leyenda incluso todo mito guarda un pequeño inicio real. Hay relatos mas modernos del Doppelganger tambien aleman en su origen quien sabe ?
ResponderEliminarPus sí Cristian. Con pocas cosas aparecen las leyendas. Lo que no he tenido tiempo es en investigar si queda aún, parientes de la familia del relato. Me imagino que si. Será cuestión de dedicarle un poco de trabajo al asunto.
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