Las leyendas del 'Cristo de Velázquez' del convento de San Plácido

Cristo Crucificado de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez -1632- Museo del Prado
En torno a una de las obras más famosas de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, su 'Cristo crucificado', fechada en torno a 1632 y popularmente conocida como el 'Cristo de Velázquez', se han tejido varias leyendas alguna de las cuales tiene que ver con el convento de las Monjas Benedictinas de San Plácido de Madrid, a cuyo patrimonio perteneció hasta principios del siglo XIX.
Sin embargo, la primera leyenda no tiene que ver con este convento, sino con el proceso de creación del cuadro. Como podemos apreciar si visitamos el Museo del Prado, el cuadro nos muestra una elegante y estilizada figura de Cristo en la cruz, con el cuerpo y los miembros suavemente modelados, recibiendo la luz clara propia del Velázquez posterior a la visita a Italia, recortándose la composición sobre un fondo oscuro. Sin embargo, la cabeza caída y el excelente mechón de cabello que nos impide ver el rostro del crucificado son los elementos más sorprendentes y originales de la pintura.
La primera leyenda: el accidente
Y aquí es donde aparece la primera leyenda, con toda seguridad falsa, ya que reduce la genialidad del universal artista a un mero accidente. Dice la misma que al impacientarse el pintor porque no lograba plasmar la agonía en la faz del Cristo en la cruz, en un ataque de furia arrojó los pinceles al lienzo, provocando un oscuro manchón que tuvo que solucionar con la cabellera que cubre el rostro.
Las dos versiones de la segunda leyenda
La segunda leyenda del 'Cristo de Velázquez' tiene que ver con el Monasterio de la Encarnación, de religiosas de la orden de San Benito, en la calle de San Roque con la calle del Pez de Madrid, aunque desde siempre ha sido conocido por San Plácido por estar adosado a una antigua iglesia, que con la advocación de dicho santo fue anejo parroquial de San Martín hasta 1629. Aunque de esta segunda leyenda hay al menos dos versiones.
Primera versión: la posesión diabólica
Una de ellas tiene que ver con Jerónimo de Villanueva, Protonotario Mayor de Aragón, y Secretario de Estado a partir de 1630, que junto con su prometida Teresa Valle de la Cerda y Alvarado, fundó este convento en 1623 cediendo para ello una de sus casas en esa calle de San Roque.
El 'Cristo de Velázquez', según la leyenda, sería un regalo de este noble al convento como desagravio de las molestias originadas a las monjas con motivo de un turbio asunto relacionado con el diablo, que había tenido lugar en el convento, y en el que tuvo que intervenir la Inquisición.
Esta leyenda nos cuenta la posesión diabólica de veinticinco monjas del convento, en 1628, a los cuatro años de que las monjas benitas tomaran posesión del mismo, habla de terribles exorcismos y de la intervención del 'Santo Oficio', la temida Inquisición, que dictó sentencia ordenando la reclusión perpetua en un convento del confesor de este Monasterio de la Encarnación, Francisco García Calderón, que mantenía relaciones carnales con algunas monjas, y también la de Teresa Valle de la Cerda y Alvarado, la fundadora y prometida de Villanueva, por cuatro años en el convento de Santo Domingo de Toledo, previa confesión y abjuración de ambos.
Segunda versión: el amor del rey pasmado
La otra versión de la leyenda del 'Cristo de Velázquez' apunta más alto y dice que el cuadro fue donado por el rey Felipe IV como arrepentimiento al haberse enamorado de una monja que allí profesaba. La monja se llamaba Margarita de la Cruz, y de su juventud y belleza se hacian lenguas todos los mentideros de la Villa y Corte.
Tanto era así que el rey no pudo resistir la tentación de visitar el convento y se enamoró de ella cuando la oyó, más que verla, a través de la celosía del locutorio conventual. Planeó secuestrarla, con la ayuda del Conde Duque de Olivares y el Conde de Villanueva -¿otra vez Villanueva?-, pero las monjas conocedoras del hecho fingieron la muerte de su compañera para evitar las sacrílegas intenciones del rey, que cuando llegó al convento encontró a las monjas reunidas ante un ataúd con un cirio en cada esquina y a sor Margarita en su interior, con la cara reflejando la palidez de la muerte y un crucifijo entre las manos.
Lo cuenta Gregorio Marañon
El profesor Gregorio Marañón, en su biografía del Conde Duque de Olivares, recoge, rigurosamente documentado, este episodio en el que el convento entero fingió la muerte de la bella monja. Y nos dice que también regaló un reloj del que hablaremos más adelante. Además, cuenta Marañon, que finalmente Felipe IV descubrió el engaño, volvió al convento y logró sus propósitos.
La novela y la película de 'El rey pasmado'
¡Bueno debía ser aquel rey!, baste recordar que Gonzalo Torrente Ballester le dedicó su novela 'El rey pasmado' que llevó al cine Imanol Uribe en 1991.
La leyenda del reloj de San Plácido
Aquí terminan las leyendas del 'Cristo de Velázquez' pero nos queda referir la del reloj del Convento de San Plácido. Ese reloj, que acompañaba al cuadro de 'Cristo crucificado' y que también habría sido un regalo del rey Felipe IV el Grande, quien pensaba que el título de 'Rey de España' era poco para su majestad y se hacía llamar "Don Felipe, por la gracia de Dios, rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de Los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las islas de Canarias, de las Indias orientales y occidentales". Ese reloj, pues, tocaba cada hora las campanadas a muerto, para que las monjas recordaran la burla infringida al rey, y así lo hizo durante cada hora, 24 horas cada día, cada año de vida de sor Margarita, dejando de sonar misteriosamente a la muerte, esta vez cierta, de la misma.

Fuentes: Madridpedia.com

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