El manuscrito secreto de 1537

En el centro de la impresionante biblioteca de Real Academia de Historia, custodiado entre los volúmenes más valiosos, hay un manuscrito tan singular como la peripecia que lo trajo hasta aquí. Se trata del «Espejo de Navegantes» de Alonso de Chaves, que reunía todos los secretos sobre las rutas de navegación en el inicio de la exploración de América.
Historia de «Espejo de Navegantes», el manuscrito secreto de 1537
Tanto es así que nunca se dio a la imprenta. En la Sevilla cervantina, cosmopolita y caótica, del comercio atlántico y la Casa de Contratación, cualquier espía francés, inglés u holandés habría matado por una copia de sus páginas.

Su nombre completo era: “Quatri partitu en cosmographia pratica i por otro no[m]bre llamado Espeio de Navegantes : obra mui vtilissima i co[m]pendiosa en toda la arte de marear i mui neccesaria i de grand provecho en todo el curso de la navegacio[n] principalmente de españa / agora nueuamente ordenada y compuesta por Alonso de Chaues cosmographo … del emperador y Rei de las españas Carlo quinto”.  Esta es su historia:
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Portada del libro. FOTOS DE ISABEL PERMUY /ABC

La vida de su autor no es demasiado conocida. Alonso de Chaves fue un exponente de aquellos hombres que pusieron en pie la mayor empresa concebida hasta entonces. Piloto, cosmógrafo y constructor de instrumentos científicos de navegación, fue sobre todo un servidor público durante más de seis décadas, sobre cuyos hombros estuvieron, hasta ser casi nonagenario, la elección y la formación de quienes podían pilotar las naves que se aventuraban río abajo hasta el océano y luego seguían hacia poniente.

Cuando regresaban de América, él era el encargado de recoger informes y bitácoras para mantener actualizado el famoso Padrón Real, un mapa que incluía toda la tierra y la mar descubierta por los exploradores españoles que osaban, año tras año, seguir persiguiendo nuevos horizontes. Nadie supo más en aquel tiempo que él.
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Vida en penumbra

Alonso de Chaves nació en Sevilla a finales del siglo XV. En 1528 fue nombrado cosmógrafo, piloto mayor y maestro de hacer cartas e instrumentos por 30.000 maravedíes. No hubiera sido así sin práctica en viajes a Indias, pero no sabemos cuántos hizo. En 1552 se le ordena regentar la cátedra que dejó vacante Sebastián Caboto -un gran explorador y cartógrafo, que trabajó tanto para Carlos V como para Enrique VIII, el rey inglés. A su vuelta a las islas Eduardo VI le concedió una pensión vitalicia-.

Un hijo de Alonso de Chaves, Jerónimo, fue después nombrado para la misma cátedra, pero debía tener mala salud porque murió en 1573, antes que su padre, que tuvo que ocupar la cátedra varias veces con una ayuda de 20.000 maravedíes. Alonso sintió la pesada carga que llevaba y quiso abandonar su puesto de piloto mayor varias veces, sin que le fuera concedido el retiro. Al final fue jubilado por viejo el 21 de abril de 1586, con más de noventa años. Se vio obligado a trabajar hasta tan avanzada edad pero sus jóvenes colegas terminaron denunciando que ya no desempeñaba bien su trabajo. Debió de morir poco después, aunque no se conoce la fecha exacta. Además del «Espejo de Navegantes», escribió una relación sobre el examen y admisión de pilotos y maestros en la carrera de Indias en 1561. Cabe subrayar sobre su carácter, inteligencia y discreción que, en un tiempo de controversias científicas muy destacadas, no se le conoce ni un solo escándalo. España, en vez de recordarle como uno de sus grandes pioneros, lo tiene olvidado.
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Alto secreto de Estado
Las rutas conformaban el mayor secreto del reino. No se ponían en riesgo a la ligera. Hubo el caso de un aspirante a piloto, de origen portugués, llamado Villarroel, al que la Casa de la Contratación negó el permiso “por ser extranjero y tener la lengua larga”.  La ventaja de España en América dependía de la capacidad para impermeabilizar la información sensible y retrasar en lo posible el acceso de las otras potencias navales a la navegación oceánica. Pero el oro que llegaba de las Indias cambiando la economía europea hacía imposible disimular la prodigalidad de las colonias y por eso Sevilla se transformó en una ciudad hirviente de negociantes y espías, muy cosmopolita. En la Casa de Contratación el Padrón Real, las cartas y los libros sobre rutas y derrotas se guardaban en arcas de tres llaves, lo cual impedía a un solo individuo el acceso: se necesitaba la presencia de tres personas responsables, con acceso a los secretos del Estado, para abrir esas arcas. Tal cual se sigue haciendo hoy en los protocolos de armas nucleares y otras cosas propias de espías.

En la biblioteca de la Real Academia de Historia nos recibe Hugo O’Donnell, para mostrarnos el manuscrito original y hablar de su importancia, su contenido y los avatares que lo llevaron allí. Lo hace con amable y sincero entusiasmo. Chaves tuvo mala suerte. El libro no pudo imprimirse por los secretos que contenía y su memoria se perdió durante siglos. El libro se conserva en una caja. El académico nos cuenta que debió permanecer mucho tiempo en el Monasterio de Monforte de Lemos -sin que se sepa cómo llegó allí- y pasó a la Biblioteca de las Cortes, donde el bibliotecario Bartolomé José Gallardo reunió libros procedentes del secuestro de los fondos de los Jesuitas, tras su expulsión en 1835. Parte de esos fondos fueron transferidos a la Academia en 1850. Y allí lo encuentra Cesáreo Fernández Duro, el gran historiador naval español, que lo da a conocer en 1895, otorgándole ya entonces todo su gran valor. Fernández Duro era censor de la RAH, y es su sucesor, O’Donnell, quien nos lo muestra ahora. La Academia es epítome de los valores de continuidad más allá de las generaciones.
Las guías de lápiz para que las líneas no se tuerzan. Foto Isabel Permuy

Líneas de lápiz, papel blanco
Lo primero que llama la atención al abrir el manuscrito es la belleza de su grafía, la maravillosa capitular de la portada, digna de un emperador, y la blancura de un papel que tiene 478 años y huele y suena como un bosque. «Chaves compendia toda la geografía y cosmografía conocida desde Alfonso X, especialmente de la escuela judía de Toledo», nos cuenta O’Donnell. El libro está inconcluso. Tiene páginas y espacios en blanco, que recuerdan las tierras inexploradas de aquella época, en las que se supone que irían ilustraciones. El texto sí está acabado. Y era demasiado explícito.

Según el académico, Hernando Colón, hijo del descubridor, «había encargado una carta de marear actualizada a Alonso de Chaves en 1534. Pocos años después, debió terminarlo. Sabemos que fue en 1537 porque el dato más reciente que incluye es el descubrimiento de un cabo en Perú que sucede ese año». A ello se suma que Fernández Duro coincide con esa datación por otro dato, referido al calendario, donde habla de 1538 en futuro.
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El libro demuestra sin lugar a dudas que Chaves es un gran científico además de un práctico de la navegación. Lo fascinante es que es que el libro retrata uno de los momentos estelares de la humanidad: el paso de la navegación de cabotaje a la oceáncia, que acarreó la exploración del mundo. Aunque no se publicase, su influencia fue enorme, porque se acabó conociendo su existencia (y por ello las potencias trataban de conseguir algún detalle de su contenido) y porque -no es casualidad- el primer gran compendio holandés, publicado por Lucas Janszoon Waghenaer’s en 1584, se llamaba «Spieghel der zeevaerdt», y fue traducido al inglés en 1588 como «Mariner’s Mirror» (ambos significan «Espejo de navegantes»). Y la publicación académica inglesa más importante de la disciplina, editada por la Society for Nautical Research, mantiene ese título desde 1911.

¿Qué más contiene el libro de Chaves? Está dividido en cuatro libros. Los dos primeros son más científicos, y los dos últimos, más prácticos. El último está dedicado a la navegación y aporta todas las señas posibles sobre la ubicación de los puertos de Indias y las islas habitadas y desiertas, los refugios mejores, dónde hallar agua potable y las rutas más seguras. Por eso causó que no se publicase. Bastaba el conocimiento de una isla desierta para que el enemigo o cualquier corsario supiese dónde tener refugio para atacar las flotas de Indias. El secreto era vital. Hay que recordar que tampoco se publicaría el «Itinerario de Navegación» de Juan Escalante de Mendoza (1575) por idénticos motivos de secreto.
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Pero “Espejo de Navegantes” es un impagable retrato de la vida a bordo de los primeros barcos de la carrera de Indias. Chaves realiza un pormenorizado manual de cómo debe funcionar un barco, ante cualquier eventualidad. Desde la «gente y bastimentos», es decir, la comida que había que embarcar, cómo estibarla, qué salazones son mejores, así como la pólvora y las armas necesarias; y dedica una descripción notablemente didáctica a la tripulación completa, para definir la misión que tiene cada uno, ordenando hasta «las velas de la noche» o cómo se repartían las guardias. Enumera los accidentes de la mar, el orden de batalla contra naves solitarias y flotas, y muestra cómo usar los instrumentos, el astrolabio y la ballestilla más el cuadrante, el octante con el que «pesar el sol» (medir su declinación para hallar la latitud de la nave) y la aguja de marear, nombre que conceptúa errado y corrompido y que debíamos llamar «guía de navegar».

Y por supuesto, una a una, descripción de todas las tierras conocidas, con latitudes y derroteros, en los archipiélagos y el continente, desde la Florida hasta el río de la plata y el Perú. Demasiados secretos en una sociedad que improvisaba el mayor cambio de los últimos siglos. En el Portugal de los reyes navegantes, por desvelar este tipo de secretos se castigaba con una muerte atroz, que procuraba el coser los labios y los ojos. En Castilla no se llegaba a tanto.
INCUNABLE583.jpgNo obstante, además de todo este conocimiento, los pilotos de las naves españolas se aventuraban en mares desconocidos con una pericia y un valor que deberíamos percibir reflejado en este «Espejo de navegantes», incluso bajo pavorosas tempestades.

Gracias a ellos, y al conocimiento guardado en Sevilla, el mundo cambió para siempre en aquel siglo

Fuentes: ABC.ES

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