La leyenda del viaje de un siniestro féretro
La leyenda del viaje de un siniestro féretro por la España de principios del siglo XX creció por una cadena de errores, a partir de un relato imaginado por Alfonso Sastre
Ni vampiro de Borox, ni ataúd maldito
Una escena de la película «El vampiro» (1957), dirigida por Fernando Méndez
Jordi Ardanuy duda unos instantes al otro lado del teléfono. «De cuando en cuando resurge el caso del vampiro de Borox y la historia del ataúd maldito y me vuelven a llamar, pero no respondo nunca», señala. Para el autor de «Vampiros, ¡vaya timo!» (Laetoli), el asunto está zanjado. La leyenda que aún sigue pululando creció por «una cadena de errores, despropósitos y alguna casualidad» a partir de un relato de literatura fantástica.
Alfonso Sastre, el autor de «Las noches lúgubres» que sin saberlo originó todo el embrollo, se lo dejó bien claro en una de las cartas que envió a Ardanuy en 2005. «¡Todo es imaginario!», exclamaba.
«Hay quien dice que quedan cosas sin aclarar, pero eso no es cierto», remarca el profesor de la Universidad de Barcelona. La relación que mantuvo por carta con el ya anciano escritor y dramaturgo vasco «fue continuada» y él siempre le aseguró que no se había basado, ni siquiera tangencialmente, en ninguna leyenda o historia local para su narración de «Las noches del espíritu santo».
En su relato de 1964, Sastre decía que «en 1898, el año de Cuba, fue desembarcado, en el puerto de Cartagena, un ataúd yugoslavo cuyo contenido se ignora y que muy bien pudo ser la semilla del vampirismo español posterior que parece extenderse hasta Almería por el sur y cruzar la península hasta La Coruña, como un ramalazo, señalándose casos importantes en la provincia de Toledo -por ejemplo el vampiro de Borox-».
Un abogado madrileño interesado en los vampiros, A. M. García, leyó la narración incluida en la «Antología de la Literatura Fantástica Española» de José Luis Guarner (1969) con el título «Historia popular de los vampiros Zarco y Amalia». Años después el abogado habló de esta historia al escritor Miguel Gómez Aracil, dando como probable que tuviera algún substrato real y sin anotar su origen, quizá por ignorarlo por el tiempo transcurrido, opina Ardanuy.
En el informe que escribió Aracil a partir de los relatos del jurista se indicaba la llegada de un «ataúd clásico» al puerto civil de Cartagena, donde estuvo depositado hasta que en 1915 fue reclamado por un particular de La Coruña. Tras cumplir las diligencias pertinentes, se envió por carretera el ataúd y comenzaron los «casos de ataque vampírico» en las localidades en las que éste hacía escala, como Alhama del Segura, Almería, Toledo, Santillana del Mar, Comillas y La Coruña. En Borox se llegó a hablar del vampiro de Borox, según el escrito.
El féretro fue finalmente devuelto a Cartagena, donde se hizo cargo, según este texto, un noble serbio que se alojaba en una posada en la Calle Mayor de Alhama de Murcia y al que sólo se le veía de noche. El aristócrata, sin embargo, desapareció y el ataúd fue finalmente inhumado en el cementerio de Cartagena.
Aracil citó el caso en su libro «Vampirismo: magia póstuma de los no-muertos» (1986) y en 1992 la revista «Ritos» que dirigía publicó un reportaje firmado por Miguel Montero de Espinosa sobre una sesión de espiritismo en Cantabria en 1917 para combatir a un vampiro.
Sin rastro del ataúd
Jordi Ardanuy investigó en 1993 los detalles de este documento junto a Martí Flò y Valentí Ferran y tanto en grupo como de forma individual viajaron a los lugares citados. En Cartagena «no existía ninguna entrada que se correspondiese con el caso» en los dos cementerios para uso civil de la ciudad. Tampoco los historiadores locales o los archivos de la Marina de Cartagena arrojaron ninguna luz.
No hallaron rastro de los certificados sanitarios que habrían sido precisos para el traslado del ataúd, ni del aviso que habría publicado el gobernador en el Diario Oficial de la Provincia sobre la desaparición del serbio y el entierro del féretro.
Ni en Santillana del Mar, ni en Comillas, ni en La Coruña encontraron ninguna prueba del supuesto paso del ataúd. Solo en Borox (Toledo) dieron con dos personas de cierta edad a las que les sonaba la historia. «Parecía pues que la leyenda del vampiro, fundamentada o no, había existido», y así lo plasmaron en su libro sobre «Vampiros» (1994).
«Lo que hicimos fue liarla más», se lamenta Ardanuy, que explica así los testimonios recabados en Borox: «Alfonso Sastre es un autor de cierto reconocimiento y, probablemente, como hablaba de Borox se habría comentado algo en el pueblo».
Se resuelve el enigma
Años después retomaron la investigación y lograron resolver el enigma del ataúd maldito, al dar con el abogado A. M. García, que por error aparecía en el libro como toledano y aficionado a la heráldica.
«Conocía perfectamente nuestro libro», pero «creía que existía otro abogado toledano interesado en heráldica y autor de un informe original», explicaron en 2006 Ardanuy, Fló y Ferran. «Nada más lejos de la realidad. El informe estaba escrito por Aracil, a partir de los relatos del jurista y lo demás fue una cadena de errores».
«El "vampiro de Borox" del que nos habían hablado en esa población de la Sagra era simplemente una creación literaria de Sastre y había dejado solamente una tímida huella en tal población toledana. Errores, despropósitos y alguna casualidad lo convirtieron en un Expediente X», concluyeron.
Hay quien, sin embargo, se resiste a abandonar la idea del viaje de un ataúd maldito por la España de principios del siglo XX e incluso dice haber localizado la tumba del vampiro con una lápida dañada por el paso del tiempo con una inscripción de un murciélago. «La asociación de murciélago y vampiro es reciente», aclara Ardanuy. Fue Bram Stoker quien los unió en el imaginario colectivo con su «Drácula». Otra novela.
Fuentes: ABC.ES
Ni vampiro de Borox, ni ataúd maldito
Una escena de la película «El vampiro» (1957), dirigida por Fernando Méndez
Jordi Ardanuy duda unos instantes al otro lado del teléfono. «De cuando en cuando resurge el caso del vampiro de Borox y la historia del ataúd maldito y me vuelven a llamar, pero no respondo nunca», señala. Para el autor de «Vampiros, ¡vaya timo!» (Laetoli), el asunto está zanjado. La leyenda que aún sigue pululando creció por «una cadena de errores, despropósitos y alguna casualidad» a partir de un relato de literatura fantástica.
Alfonso Sastre, el autor de «Las noches lúgubres» que sin saberlo originó todo el embrollo, se lo dejó bien claro en una de las cartas que envió a Ardanuy en 2005. «¡Todo es imaginario!», exclamaba.
«Hay quien dice que quedan cosas sin aclarar, pero eso no es cierto», remarca el profesor de la Universidad de Barcelona. La relación que mantuvo por carta con el ya anciano escritor y dramaturgo vasco «fue continuada» y él siempre le aseguró que no se había basado, ni siquiera tangencialmente, en ninguna leyenda o historia local para su narración de «Las noches del espíritu santo».
En su relato de 1964, Sastre decía que «en 1898, el año de Cuba, fue desembarcado, en el puerto de Cartagena, un ataúd yugoslavo cuyo contenido se ignora y que muy bien pudo ser la semilla del vampirismo español posterior que parece extenderse hasta Almería por el sur y cruzar la península hasta La Coruña, como un ramalazo, señalándose casos importantes en la provincia de Toledo -por ejemplo el vampiro de Borox-».
Un abogado madrileño interesado en los vampiros, A. M. García, leyó la narración incluida en la «Antología de la Literatura Fantástica Española» de José Luis Guarner (1969) con el título «Historia popular de los vampiros Zarco y Amalia». Años después el abogado habló de esta historia al escritor Miguel Gómez Aracil, dando como probable que tuviera algún substrato real y sin anotar su origen, quizá por ignorarlo por el tiempo transcurrido, opina Ardanuy.
En el informe que escribió Aracil a partir de los relatos del jurista se indicaba la llegada de un «ataúd clásico» al puerto civil de Cartagena, donde estuvo depositado hasta que en 1915 fue reclamado por un particular de La Coruña. Tras cumplir las diligencias pertinentes, se envió por carretera el ataúd y comenzaron los «casos de ataque vampírico» en las localidades en las que éste hacía escala, como Alhama del Segura, Almería, Toledo, Santillana del Mar, Comillas y La Coruña. En Borox se llegó a hablar del vampiro de Borox, según el escrito.
El féretro fue finalmente devuelto a Cartagena, donde se hizo cargo, según este texto, un noble serbio que se alojaba en una posada en la Calle Mayor de Alhama de Murcia y al que sólo se le veía de noche. El aristócrata, sin embargo, desapareció y el ataúd fue finalmente inhumado en el cementerio de Cartagena.
Aracil citó el caso en su libro «Vampirismo: magia póstuma de los no-muertos» (1986) y en 1992 la revista «Ritos» que dirigía publicó un reportaje firmado por Miguel Montero de Espinosa sobre una sesión de espiritismo en Cantabria en 1917 para combatir a un vampiro.
Sin rastro del ataúd
Jordi Ardanuy investigó en 1993 los detalles de este documento junto a Martí Flò y Valentí Ferran y tanto en grupo como de forma individual viajaron a los lugares citados. En Cartagena «no existía ninguna entrada que se correspondiese con el caso» en los dos cementerios para uso civil de la ciudad. Tampoco los historiadores locales o los archivos de la Marina de Cartagena arrojaron ninguna luz.
No hallaron rastro de los certificados sanitarios que habrían sido precisos para el traslado del ataúd, ni del aviso que habría publicado el gobernador en el Diario Oficial de la Provincia sobre la desaparición del serbio y el entierro del féretro.
Ni en Santillana del Mar, ni en Comillas, ni en La Coruña encontraron ninguna prueba del supuesto paso del ataúd. Solo en Borox (Toledo) dieron con dos personas de cierta edad a las que les sonaba la historia. «Parecía pues que la leyenda del vampiro, fundamentada o no, había existido», y así lo plasmaron en su libro sobre «Vampiros» (1994).
«Lo que hicimos fue liarla más», se lamenta Ardanuy, que explica así los testimonios recabados en Borox: «Alfonso Sastre es un autor de cierto reconocimiento y, probablemente, como hablaba de Borox se habría comentado algo en el pueblo».
Se resuelve el enigma
Años después retomaron la investigación y lograron resolver el enigma del ataúd maldito, al dar con el abogado A. M. García, que por error aparecía en el libro como toledano y aficionado a la heráldica.
«Conocía perfectamente nuestro libro», pero «creía que existía otro abogado toledano interesado en heráldica y autor de un informe original», explicaron en 2006 Ardanuy, Fló y Ferran. «Nada más lejos de la realidad. El informe estaba escrito por Aracil, a partir de los relatos del jurista y lo demás fue una cadena de errores».
«El "vampiro de Borox" del que nos habían hablado en esa población de la Sagra era simplemente una creación literaria de Sastre y había dejado solamente una tímida huella en tal población toledana. Errores, despropósitos y alguna casualidad lo convirtieron en un Expediente X», concluyeron.
Hay quien, sin embargo, se resiste a abandonar la idea del viaje de un ataúd maldito por la España de principios del siglo XX e incluso dice haber localizado la tumba del vampiro con una lápida dañada por el paso del tiempo con una inscripción de un murciélago. «La asociación de murciélago y vampiro es reciente», aclara Ardanuy. Fue Bram Stoker quien los unió en el imaginario colectivo con su «Drácula». Otra novela.
Fuentes: ABC.ES
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