¿Cómo colonizaremos Marte?

Los científicos están trabajando en distintos proyectos para que vivir en Marte acabe siendo una realidad. ¿Podríamos los humanos vivir en Marte? Algún día, quizás. Ahora bien, crear asentamientos allí sería una tarea titánica.

La recreación que aquí presentamos está inspirada en la serie sobre Marte que National Geographic Channel emitirá en todo el mundo. Refleja las ideas que algunos científicos están concibiendo actualmente a partir de las investigaciones más recientes. Solo el tiempo dirá si este proyecto es válido para vivir en el planeta rojo.

Es conocida su afirmación de que le gustaría morir en Marte… pero no en una colisión contra el planeta. Y precisamente una tecnología que podría ayudar a evitar esa clase de incidentes superó una prueba esencial una noche de diciembre del año pasado, cuando un cohete Falcon 9 construido por SpaceX, la compañía de Musk, despegó de Cabo Cañaveral, en Florida, con un cargamento de 11 satélites de comunicaciones.

A los pocos minutos de vuelo el cohete auxiliar se separó del resto del Falcon 9, como miles de cohetes auxiliares han venido haciendo una vez han gastado su combustible desde el amanecer de la era espacial. Lo habitual es que se desintegren en la atmósfera y sus fragmentos caigan en el océano. Pero el combustible de este cohete auxiliar no se había consumido del todo. En vez de caer, dio la vuelta y sus motores volvieron a encenderse para decelerar y guiar el descenso a una plataforma de aterrizaje cercana. Desde tierra daba la sensación de estar viendo la grabación del lanzamiento rebobinada.

En el centro de control de lanzamiento de Cabo Cañaveral y en el de control de la misión de SpaceX en Hawthorne, California, cientos de jóvenes ingenieros observaban fascinados en las pantallas cómo se aproximaba la bola de luz. Musk salió del control de lanzamiento para verlo con sus propios ojos. Unos segundos después se oyó un ominoso estallido. Nadie había logrado jamás que un cohete auxiliar para lanzamientos orbitales como este aterrizase; de hecho, en los dos primeros intentos de SpaceX explotó. Pero aquel sonido no era más que el boom sónico que produjo el rápido descenso del cohete a través de la atmósfera, y que alcanzó los oídos de Musk justo en el momento en el que el cohete aterrizaba de forma suave, segura y, por fin, con éxito. Delante de sus pantallas, los ingenieros gritaban de alegría.

SpaceX acababa de lograr un hito en el campo de los cohetes reutilizables. Musk cree que esta tecnología podría reducir los costes de lanzamiento a una centésima parte, lo que otorga a SpaceX una ventaja competitiva en el negocio del lanzamiento de satélites y envío de suministros a la Estación Espacial Internacional. Pero este nunca ha sido el objetivo de Musk. Aquella misma noche dijo en una teleconferencia que el primer aterrizaje controlado de un cohete auxiliar era «un paso crucial en el camino a la fundación de una ciudad en Marte».

A Elon Musk no le basta con aterrizar en Marte, como hicieron los astronautas de la misión Apolo en la Luna. Él quiere crear una nueva civilización en ese planeta antes de que una catástrofe, posiblemente causada por nosotros mismos, nos borre de la faz de la Tierra. En Hawthorne, muy cerca del austero despacho de Musk, dos imágenes gemelas de Marte adornan una pared: una muestra el árido planeta rojo de hoy, y la otra, un Marte azul, con ríos y mares, «terraformado» por los ingenieros. Musk imagina la colonización de Marte con una flotilla de Mayflowers interplanetarios que lleven un centenar de colonos cada uno, solo que en este caso muchos de estos «peregrinos» van a tener que apoquinar medio millón de euros por un camarote en la nave espacial.

SpaceX se fundó en 2002 y todavía no ha llevado a ningún humano al espacio, aunque espera que eso cambie el año que viene, cuando transporte astronautas de la NASA a la estación espacial en un Falcon 9. La empresa ha estado trabajando en un cohete más grande, el Falcon Heavy, pero ni siquiera este nuevo modelo será lo bastante grande como para llevar humanos a Marte. A finales de septiembre (apenas unas semanas después de que otro cohete de SpaceX explotara en la plataforma de lanzamiento), Musk desveló algunos detalles acerca de sus planes para colonizar Marte en una conferencia que se esperaba con gran expectación. Pero no dio indicación alguna de que SpaceX haya desarrollado, y mucho menos probado, las demás tecnologías necesarias para mantener a los humanos vivos y sanos durante ese largo viaje. En junio había anunciado que su empresa planea enviar a sus primeros astronautas a Marte en 2024, que amartizarían –con suavidad, espera– en 2025.


«Ellos se llevarán la gloria y todas esas cosas –dice Musk–. Pero en un contexto histórico más amplio, lo que de verdad importa es enviar un gran número de personas, del orden de decenas de miles, si no de cientos de miles, y millones de toneladas de cargamento». Por eso cree que los cohetes reutilizables son tan importantes.

La NASA, que puso a hombres en la Luna en 1969 y ya había empezado a explorar Marte con sondas robóticas años antes, también planea enviar astronautas a Marte, pero no antes de la década de 2030, y solo para orbitar el planeta rojo. La delicada y peligrosa maniobra de amartizaje de una nave grande, afirma la NASA, es un «objetivo a largo plazo» que se alcanzará en una década posterior. Y no se pronuncia respecto a posibles ciudades marcianas.

 

Si la humanidad tiene un próximo gran destino en el espacio, ese es Marte.


Todo el mundo parece estar de acuerdo en una cosa: si la humanidad tiene un próximo gran destino en el espacio, ese es Marte. Sin embargo, hay discrepancias respecto a en qué medida es factible el proyecto. John Grunsfeld, el legendario astronauta de la NASA que reparó el Teles­copio Espacial Hubble tres veces y dejó el puesto de jefe científico de la agencia esta pasada primavera, recuerda que en 1992 le dijeron que su quinta de astronautas llegaría algún día a Marte. Este año, en parte gracias al éxito de la novela y la película Marte, la NASA ha recibido 18.300 solicitudes para su próxima quinta, que ofrece un máximo de 14 plazas. Grunsfeld aún quiere que los humanos vayan a Marte, pero también recuerda el consejo que le dio hace unos años al administrador de la NASA y compañero astronauta Charles Bolden. Era sobre las charlas a los nuevos reclutas: «No les digas que van a ir a Marte, porque no van a poder –le dijo–. Tendrán 60 o 70 años cuando eso ocurra».

En lo que la NASA ha estado trabajando duro, aparte de diseñar su propio cohete para ir a Marte, es en la atención a los pasajeros. Por ejemplo, en marzo, el astronauta estadounidense Scott Kelly y el cosmonauta ruso Mijaíl Kornienko regresaron a la Tierra después de pasar 340 días en la estación espacial. En su «misión de un año» hicieron de conejillos de indias en estudios sobre los efectos que una estancia prolongada en el espacio (un viaje a Marte, desde la salida de la Tierra hasta el regreso, llevaría casi tres años) tiene en el cuerpo y la mente humanos. Kornienko recuerda que, durante la reentrada en la atmósfera, la cápsula Soyuz traqueteaba como un coche en una calle adoquinada. Kelly y él apenas podían respirar: después de un año en gravedad cero tenían los pulmones y los músculos del pecho debilitados; y tras el aterrizaje en las estepas de Kazajistán apenas podían caminar. La tripulación de tierra los sacó de la cápsu­la temiendo que tropezasen y se rompiesen algo.

En las películas parece que la ingravidez es divertida, pero las entrevistas a Kelly y Kornienko desde la estación espacial indican lo contrario. Se les ve con la cara hinchada porque los fluidos no se drenan bien y siempre tienen los brazos cruzados para que no queden flotando en la temida «pose zombi». Los astronautas pueden acostumbrarse al inodoro de succión e incluso a pasarse todo un año aseándose con un paño húmedo a falta de una ducha, afirma Kornienko. En el viaje a Marte, mucho más largo y peligroso, los efectos que el espacio pueda tener sobre el cuerpo humano podrían suponer un serio problema. «Van a caer enfermos cuando lleguen allí», dice Jennifer Fogarty, subdirectora científica del Programa de Investigación Humana del Centro Espacial Johnson de la NASA en Houston.

En gravedad cero los huesos se atrofian. La regla general es una pérdida del uno por ciento de la masa ósea cada mes. El ejercicio enérgico ayuda, pero las máquinas de entrenamiento que se usan en la estación espacial pesan demasiado para una misión a Marte. Algunos astronautas de la estación también han sufrido graves problemas de visión, aparentemente porque los fluidos se acumulan en el cerebro y presionan los globos oculares. Sería una auténtica pesadilla que los astronautas amartizasen con la visión borrosa y los huesos frágiles y se rompiesen una pierna a las primeras de cambio. En teoría estos riesgos podrían reducirse si la nave girase rápidamente sobre sí misma, de tal manera que la fuerza centrífuga sustituiría a la gravedad. Pero los ingenieros de la NASA consideran que esto añadiría demasiada complejidad.

La radiación es otro riesgo. Los astronautas de la estación espacial tienen la protección del campo magnético de la Tierra, pero en un viaje a Marte estarían expuestos a la radiación de las fulguraciones solares y a los rayos cósmicos, partículas de alta energía que cruzan la galaxia casi a la velocidad de la luz. Estos pueden causar daños en el ADN y en las neuronas, lo que implica que los astronautas podrían llegar a Marte con menos luces, además de con visión borrosa y huesos frágiles. Una posibilidad sería revestir el módulo de la tripulación con una gruesa capa de agua, o incluso con tierra en la que crezcan plantas, como un escudo parcial contra la radiación.

El mero hecho de proporcionar a los astronautas agua potable y aire respirable ya es todo un reto. En el Centro Espacial Johnson conocí a Kenny Todd, jefe de integración de operaciones para la estación espacial. Había pasado la noche en blanco supervisando uno de los importantes lanzamientos de carga que no salen en la prensa. Estuvimos hablando de la orina, entre otras cosas.


Parte del agua de la estación espacial se consigue filtrando y reciclando la orina y el sudor; pero los filtros pueden obstruirse debido al calcio procedente de la pérdida de masa ósea de los astronautas, y a veces el agua se contamina con microbios. «Trabajar con orina es muy delicado», me dijo Todd. Los depuradores que eliminan el dióxido de carbono del aire también se estropean, como casi cualquier otro aparato de la estación. En órbita terrestre baja no es preocupante, porque la NASA puede enviar repuestos; pero una nave con rumbo a Marte solo tendría los recambios que llevase consigo. Según Todd, todo el equipo de soporte vital tendría que ser mucho más fiable de lo que es ahora, práctica­mente irrompible. Eso no significa que no quiera enviar gente a Marte, ni que critique a los soñadores que están listos para lanzarse a la aventura mañana mismo. «Hay que empezar por algo. Hay que empezar soñando –dijo–. Y en algún momento las cosas se hacen realidad». Lo que significa que hay que desentrañar muchas cosas.

Entre ellas algunas tan complicadas como la psicología humana. «Nos ha ido tan bien en las misiones robóticas que creemos que la cuestión del hardware ya está resuelta –comenta Fogarty–. Pero ahora vamos a añadir in­­dividuos autoconscientes y autodeterminados. ¿Comprendemos de verdad todos los riesgos que conllevan y les hemos dado todas las herramientas que necesitan para afrontar la situación?».

La NASA trabaja en esta cuestión mediante misiones análogas en la Tierra, y yo visité una de ellas en el Centro Espacial Johnson. En un almacén cavernoso y sin ventanas había una estructura de tres niveles, con forma de cúpula, también sin ventanas y rodeada de aislante acústico. En su interior había cuatro voluntarios que cobraban unos 145 euros diarios por permanecer físicamente separados del mundo exterior durante un mes. Trece cámaras instaladas dentro del hábitat permitían a los investigadores del «centro de control de la misión», situado a unos pasos de distancia, vigilar cada uno de sus movimientos y comprobar cómo sobrellevaban el aislamiento.

Pero la simulación tiene sus límites: «Obviamente no tenemos un interruptor para apagar la gravedad», me comentó la directora de proyectos, Lisa Spence; y estos astronautas disponen de un inodoro con cisterna y de una ducha. Spence y su equipo buscan la máxima verosimilitud posible. Hablamos en voz baja para que no nos oyesen dos voluntarios a los que estábamos observando mientras experimentaban un paseo espacial simulado con visores de realidad virtual en una oscura esclusa de aire. Acababa de caer una tormenta terrible, con truenos retumbantes; si alguien del interior del módulo preguntase por los truenos, me dijo Spence, «nos inventaríamos cualquier milonga sobre la climatología espacial».

Según los expertos, se necesita una personalidad particular para embarcarse en una misión a Marte: capacidad para soportar el aislamiento y el aburrimiento durante el largo viaje y para ir a mil por hora una vez en Marte, una gran resistencia mental y excelentes habilidades sociales. «Seleccionamos a gente muy comedida, y aun así habrá conflictos», afirma Kim Binsted, de la Universidad de Hawai en Manoa y directora de otras misiones análogas financiadas por la NASA. En la más reciente de ellas, se encerró a seis voluntarios durante un año en un falso hábitat marcia­no en mitad de la ladera de un volcán, de donde solo podían salir si se ponían trajes espaciales.

Con todo, ningún experimento que se realice en la Tierra puede emular la sensación de estar enclaustrado en una pequeña lata a millones de kilómetros de distancia. William Gerstenmaier, jefe de vuelos espaciales tripulados de la NASA, se ha fijado en un comportamiento de los astronautas de la estación espacial: «Publican en Twitter muchas fotografías de sus localidades natales, toman fotos de los estadios de fútbol americano de sus universidades… Siguen teniendo un vínculo muy fuerte con la Tierra».

Kornienko también lo sintió: «No se trata de simple nostalgia; no es un viaje de negocios a otra ciudad en el que añoras tu casa y tu familia –co­mentó al poco de regresar tras un año en órbita–. Allí echas de menos la Tierra en su conjunto. Es un sentimiento completamente distinto. Te falta el verde, es como si no hubiese suficiente bosque, ni verano, ni invierno ni nieve».

Ningún experimento que se realice en la Tierra puede emular la sensación de estar enclaustrado en una pequeña lata a millones de kilómetros de distancia

En junio, seis meses después del glorioso aterrizaje del cohete auxiliar de SpaceX, la NASA hizo su propia prueba en el norte de Utah. Se trataba de una «prueba en tierra» de un cohete auxiliar con combustible sólido que formará parte del Sistema de Lanzamiento Espacial, el cohete que según la NASA algún día llevará a humanos al espacio profundo. Miles de personas se congregaron a unos dos kilómetros de allí y observaron con atención mientras un altavoz efectuaba la cuenta atrás. Al llegar a cero, el cohete, que estaba de costado y amarrado al suelo, comenzó la ignición. El altavoz recordó a todo el mundo que la prueba era parte del programa «Viaje a Marte» de la NASA. Las llamaradas bramaron durante más de dos minutos, una gran columna de humo se elevó al cielo y los espectadores vitorearon.

«¡Hoy ha sido un día realmente increíble!», comentó Gerstenmaier en la posterior rueda de prensa. La prueba fue espectacular de verdad… al menos, todo lo espectacular que pudo ser dado que el cohete no llegó a despegar

«Estamos más cerca que nunca de enviar astronautas estadounidenses a Marte, más de lo que cualquiera, en cualquier lugar, en cualquier momento, ha estado jamás», escribió la administradora adjunta de la NASA Dava Newman en un blog el pasado mes de abril. Para quienes critican a la NASA, no lo parece; claramente no se lo habría parecido a Wernher von Braun, constructor del cohete lunar Saturn V. En 1969, en plena euforia tras el primer alunizaje, Von Braun presentó al presidente Nixon un plan para llevar al hombre a Marte en 1982, pero Nixon ordenó a la NASA que construyese la lanzadera espacial.

Desde entonces, los grandes planes para viajar más allá de la órbita terrestre baja han ido y venido. Gerstenmaier, que lleva décadas en la NASA, ha sobrevivido a los altibajos estratégicos impuestos por los políticos: le encargaron que volviese a enviar astronautas a la Luna, luego que los enviase a un asteroide, y luego que capturase un asteroide e hiciese que los astronautas lo visitasen en órbita lunar. Pero Gerst, como lo llaman los amigos, ni se inmuta. Es un ingeniero discreto, una especie de anti Musk, alguien que no quiere prometer lo que no será capaz de cumplir. Le gustaría ir a Marte de una forma lenta, metódica y sostenible… a un ritmo «glacial», dirían algunos de los que lo critican. «Decir que la NASA tiene una estrategia [para ir a Marte] es un insulto al concepto de estrategia», declaró Robert Zubrin, fundador de la Mars Society y defensor de la colonización de Marte como «la gran causa de nuestra generación». Michael Griffin, administrador de la NASA durante el mandato del presidente George W. Bush, cree que una misión a Marte será complicada, pero no más que el Proyecto Manhattan o el programa Apolo: «En lo que respecta a la tecnología necesaria, hoy estamos más cerca de Marte de lo que estábamos de la Luna cuando el presidente Kennedy marcó ese objetivo en 1961».

    "Hoy estamos más cerca de Marte de lo que estábamos de la Luna cuando el presidente Kennedy marcó ese objetivo en 1961"


Sin embargo, no lo estamos de financiar ese viaje, y es precisamente ese desembolso lo que llevó al traste los grandes planes del pasado. Los alunizajes del programa Apolo costaron unos 125.000 millones de euros al cambio actual, y según los expertos un plan realista de viaje a Marte tendría ese coste como mínimo; de hecho, al presidente George H. W. Bush se le presentó un plan completo por 400.000 millones de euros. El presupuesto anual para todas las misiones tripuladas de la NASA ronda los 8.000 millones de euros, y para llegar a Marte antes de la década de 2040 harían falta mucho más dinero y un presidente con un compromiso con la exploración espacial como el que tenía Kennedy. Durante la carrera entre Estados Unidos y la Unión Soviética por alcanzar la Luna, la NASA recibía más del 4 por ciento del presupuesto federal; en la actualidad recibe alrededor del 0,5 por ciento. Si hubiese una auténtica «carrera a Marte» contra China, por ejemplo, ayudaría, pero los chinos no parecen tener ninguna prisa por llegar al planeta rojo.

Que vayamos a Marte y cuándo lo hagamos no depende solo de la tecnología y del dinero: también depende de qué consideremos un riesgo aceptable. Los defensores de un amartizaje temprano dicen que la NASA es demasiado cauta, que los auténticos exploradores aceptan la posibilidad de fracasar o morir, que los primeros que intentaron llegar a los polos o cruzar los océanos sabían que quizá no lo conseguirían… y muchas veces no lo consiguieron. La NASA podría enviar gente a Marte mucho antes si no se preocupase tanto por si llegarán vivos o por si regresarán a casa.

Al final de la rueda de prensa de Gerstenmaier en Utah, un periodista local se levantó y dijo que tenía 49 años y que quería saber si llegaría a ver con sus propios ojos a un hombre en Marte.

«Sí –contestó Gerstenmaier, y añadió–: Aunque puede que “hombre” no sea la palabra adecuada. Verá a un ser humano».
Tras los aplausos, Gerstenmaier explicó por qué no se conseguiría hasta la década de 2040. La NASA tiene que volver al espacio profundo mediante misiones a su «campo de pruebas», es decir, a la Luna y otros puntos cercanos del espacio. Todo esto conduciría a poner a astronautas en órbita alrededor de Marte en la década de 2030. «Los retos que supone llevar una tripulación a la superficie añaden otro orden de magni­tud a la complejidad de lo que estamos tratando de hacer –me había dicho Gerstenmaier antes–. Por eso no me vale un calendario para 2030».

Y ahí es donde puede ayudar SpaceX. En Marte es mucho más difícil lograr un aterrizaje suave que en la Luna: su gravedad es más fuerte y su atmósfera –aunque demasiado tenue para frenar una nave– es lo bastante densa como para causar un sobrecalentamiento. Muchas sondas no tripuladas se han estrellado en Marte. La NASA ha amartizado un vehículo de exploración de una tonelada de peso –el Curiosity–, pero una capacidad de carga útil suficiente para llevar humanos y los suministros necesarios sería tan grande como una casa y tendría un peso mínimo de unas 20 toneladas.

Por ahora la solución más prometedora es la tecnología que está desarrollando SpaceX: la retropropulsión supersónica. En su descenso a velocidades supersónicas a través de las capas altas de la atmósfera terrestre, el cohete auxiliar Falcon 9 se encuentra en condiciones similares a las de Marte. El éxito del pasado diciembre en Cabo Cañaveral, y los siguientes aterrizajes en un barco en alta mar, llevan a muchos a afirmar que el envío de humanos a Marte es plausible. SpaceX ha compartido su información con la NASA, que a cambio le ha prestado la plataforma de lanzamiento 39A del Centro Espacial Kennedy, de la que salieron los astronautas del Apolo 11 con destino a la Luna. La empresa es joven, ágil y osada, como la NASA de aquellos tiempos; y la agencia se ha vuelto lenta, burocrática y cauta. Pero ni compiten entre sí ni se disputan una carrera: son socias. SpaceX hace llegar suministros a la estación espacial en una cápsula Dragon lanzada con un Falcon 9. En abril, Musk anunció que SpaceX quiere enviar una cápsula Dragon no tripulada a Marte en 2018. Para ello necesita el apoyo técnico de la NASA, en concreto sus enormes antenas de radio, que permiten las co­municaciones entre las naves y la Tierra.

Para enviar personas a Marte, SpaceX va a necesitar mucha más ayuda, porque esos billetes de medio millón de euros solo cubrirán una parte de los costes y harán falta los conocimientos de la NASA para mantener a los viajeros con vida. Por su parte, la NASA puede sacar partido de los cohetes, las cápsulas y el entusiasmo de SpaceX. Es probable que ambas vayan juntas a Marte, si es que finalmente van (el propio Musk ha dejado caer esta posibilidad). ¿Cuándo irán? Si lo hacen en colaboración, es probable que sigan el cauteloso calendario de la NASA. ¿Qué harán al llegar allí? Es mucho más fácil imaginarse a unos pocos científicos que pasan un par de años en una pe­queña base de investigación similar a las antárticas que a miles de personas emigrando de forma permanente a una ciudad marciana.

«A quienes piensan que les gustaría vivir en Marte les animo a pasar un verano, o mejor un año entero, en una base en el polo Sur», dice Chris McKay, un científico de la NASA y experto en Marte que ha trabajado en la Antártida. En su opinión, la idea de que los humanos puedan encontrar refugio en Marte tras cargarse la Tierra es «ética y técnicamente absurda». Y añade: «Creo que tenemos que asumir que el fracaso no es una opción. Considerar Marte como una especie de bote salvavidas hace que el del Titanic parezca un final feliz».

Mijaíl Kornienko recomienda una estancia prolongada en la estación espacial para hacer una criba entre los entusiastas que creen que les gustaría hacer un viaje solo de ida a Marte. Poco después de regresar de la estación espacial este año, recordaba el momento en el que la tripulación de tierra abrió la escotilla de la cápsula Soyuz: «El aire de la estepa entra en la cabina después de todo el ajetreo del descenso, y en ese momento comprendes que todo ha acabado. No hay nada mejor que ese aire que puedes cortar con un cuchillo y luego untarlo en pan».

Fuentes: http://www.nationalgeographic.com.es

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